sábado, 7 de febrero de 2009

La voz del enano

Por mucho tiempo que pasara jamás llegaría a acostumbrarse al barullo antes del ciclón. Así era como llamaba a las actuaciones. Los ciclones. O al menos, antes de que empezaran a parecerse a ciclones y fueran más bien como pasar en compañía de la suegra un agradable fin de semana. Recordaba que habían dejado de ser actuaciones espectaculares hacia aproximadamente cinco años, cuando todo iba a la velocidad de la luz y no había manera de bajarse del carro. Un día se dio cuenta de que no quería seguir subido. Pero ya no había manera de bajarse. Era el cantante que más vendía, el que más influía en la sociedad juvenil de varios países, todas las marcas deseaban que promocionara sus productos y, sin embargo…no había manera de que hubiera un ciclón, ni si quiera con ayuda de las drogas. Se había convertido todo en algo tan matemático, tan medido y tan exacto que hasta había perdido la gracia. Hasta había encontrado algo con lo que todos los compositores sueñan alguna vez: había conseguido la manera de crear canciones que siempre vendieran millones de discos. Se pensaba una especie de alquimista que había aislado LA GRAN FÓRMULA.
Sin embargo no lograba entusiasmarse por lo que estaba haciendo. Ya noe staba seguro de querer seguir haciéndolo como hasta ahora. La oportunidad de hacer cosas diferentes llamaba a su puerta cada dos por tres, le pedía el corazón que se dedicara a otras fuentes de inspiración pero al mismo tiempo le decía que a lo mejor no era capaz de dar la talla como lo hacía en el pop. Le hablaba con una voz desagradable, como carcomida por los años, áspera y desagradable, como de un borracho…era una voz que nunca había oído en su interior.


-Vaya tela, ¿eh?
Cuando oyó al enano hablar, casi se muere de un infarto. Tenía exactamente la misma voz que él oía en su interior, pero hubiera esperado, si de verdad tuviera que asignar un cuerpo a esa voz, un viejo rockero con pintas de drogadicto, más que un enano vestido con una chaqueta de lentejuelas rosa.
-¿Por qué? –atinó a preguntar aún con la voz reseca por el susto.
El enano, aparte de ser pequeño, era terriblemente feo. Sus ojos eran desproporcionadamente grandes para el resto de su cabeza y su boca, tenía los dientes como torcidos, aunque no los había visto con exactitud.
-Bueno, porque debe ser una jodienda tener que salir todas las noches ante un estadio lleno de imbéciles que cantan tus canciones, ¿no? Y más teniendo en cuenta que canta prácticamente las mismas desde hace casi diez años…
-¿Quién coño es usted?
El enano lo miró desde el fondo de unos ojos de color rojo.
-Vaya, parece que escucharme en el interior de tu cabeza no ha sido suficiente. Yo soy el único que puede hacer que vuelvas a sentir euforia, que vuelvas a ser lo que fuiste, que vuelvas a volar por encima de todos los desdentados que vienen a llenar los estadios.
-Creo que me estoy drogando demasiado.
En ese momento el enano saltó y se agarró a su cabeza.
-No seas estúpido. Si puedes verme y yo puedo ofrecerte esta oportunidad de ser el mejor es porque tu mente se ha abierto gracias a las drogas. Pero…haz lo que quieras. Si decides seguir como hasta ahora, no te drogues más y desapareceré. Al menos tienes suficiente dinero como para dedicarte a vivir de las rentas y de las versiones que se hagan de esa “música fresca y juvenil que sale de la mano de tan guapo artista”.
Había nombrado la última crítica que le habían hecho y que él se había encargado de fotocopiar y empapelar en la habitación del último hotel en el que había estado. Había pasado varias horas riéndose de esa periodista. La muy imbécil, la muy ignorante…no sabía que, como había dicho El Enano, la gente compraba la misma canción desde hacía años.
Ahora, el enano le ofrecía la más fuerte de las experiencias, la más arrolladora de las sensaciones encima de un escenario. Sus ojos estaban radiantes y él…bueno, el era solo era la sombra de lo que había sido.
-¿Y qué hago yo?
El enano señaló su camerino y dijo:
-Ve dentro y pégate el mejor subidón de tu vida. Yo, haré el resto.
Y desapareció.
Ya tenía la respuesta. Sólo tenía que ir y chutarse como nunca. El Enano había hablado con total certeza. Sabiendo lo que decía. ¿Y que iba a hacer él? Bueno, de todas maneras, ya se había pegado viajes fuertes. Pero nunca para actuar, nunca para llegar tan lejos, nunca el mejor subidón de su vida. Pero en su mano estaba. Volver a ser el mejor. Así que lo hizo. Fue a su camerino y abrió su botiquín personal. Lo abrió. Quedaba muchísimo. No sabía cuanto debía ponerse. Y entonces escuchó: depende de lo que quieras sentir allí arriba, hijo.
Su cabeza giraba a mil por hora.
-Hay que salir ya.
Así que la gente esperaba. Habían pagado por verlo en su mejor momento. Disfrutarían de la mejor actuación de su carrera. Se lo pinchó todo. Hasta el final. Se iban a enterar de quien era él.
Salió corriendo hacia el escenario. Su manager siempre recordaría ese momento. Por un momento pensó que tenía los ojos rojos.
La verdad, fue el mejor concierto de su carrera. Aplastó a la gente en los diez minutos que aguanto cantando, hasta que se desplomó de golpe. Hubo un revuelo de masas increíble cuando se descubrieron las jeringuillas y el botiquín personal. Pero lo peor fue lo que el manager escuchó mientras la policía registraba el camerino. Pudo oir una desagradable voz de borracho riendo incontroladamente. La voz venía como del fondo de una caja de latón abierta en el camerino. En la tapa, había dibujada una cara; una cara con los ojos rojos.

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